Existe una dicotomía en la frase: “Menos mal que nadie lo conoce” o “Lastima que nadie lo conoce”. La situación venezolana y su turismo de naturaleza puede ser un fiel ejemplo de este tipo de contradicción que lo único que refleja es la ausencia de reglas claras que puedan definir las pautas del juego en un país como el nuestro en el que el 46% del territorio nacional se encuentran dentro de lo que se conoce con el nombre de ABRAE (Áreas Bajo Régimen de Administración Especial). Dentro de estas áreas nos preocupa especialmente lo referente a los Parques Nacionales y Monumentos Naturales ya que las mayores potencialidades de aprovechamiento turístico en Venezuela se encuentran radicadas, sino dentro, muy próximas a lugares clasificados como “Áreas con fines recreativos, científicos y educativos”, terminología que pudiera abarcar muy bien todos los aspectos de la vida humana es decir que esto daría cabida a cualquier tipo de actividad dentro de lo que hemos dado por llamar “Turismo de Naturaleza”, “Autosustentable”, “Ecológico” o como lo queramos llamar.
Ahora bien, vallamos a un caso muy particular… nuestra imagen turística, la que se conoce en todo el mundo y hemos dado por vender como lugar único en el mundo, El Salto Ángel (Querepacupay Vená), ¿Qué se puede y que no se puede hacer?, aquí reside la gran incógnita que se debate entre zonificaciones que a capricho de Directores y Ministros determinan de manera casi intuitiva el que hacer diario de muchos de nuestros Parques Nacionales, a los cuales vemos deteriorarse a velocidades sorprendentes y no precisamente por sus usuarios, sino por falta de normas claras de uso que deberían aplicarse de manera clara e INEQUIVOCA por las autoridades, no de manera represiva sino educativa en la que se entienda de una vez por todas que el ambiente y sus recursos son la verdadera riqueza con la que contamos todos los venezolanos.