Una vez que nos encontramos en esta privilegiada posición, el Kilimanjaro parecía poder tocarse con la punta de los dedos. |
“El tiempo pasa volando” ha dejado de ser una frase en estos dos últimos días. Trabajo acumulado, horas de apuros, de un país a otro, han sido los elementos característicos cuando se trata de movernos hacia el continente donde muchos aseguran que comenzó todo… África.
Si inició la vida o no en las planicies de “Olduvay”, eso no lo se, lo único que me atrevo a asegurar es que para muchos de nosotros un sueño comenzó a tomar forma en nuestras mentes con la palabra Kilimanjaro y lugares como: Tanzania, Serengueti y Ngorongoro, poco a poco se fueron haciendo familiares en la jerga común de los últimos meses. Todos habíamos comenzado a darle un poco más de importancia a nuestros entrenamientos físicos y los encuentros a lo largo del Ávila (nuestra montaña predilecta), eran cada vez más frecuentes.
Ahora, sentado en mi butaca 25-D de este “Boeing 777” entiendo bien como todo este rompecabezas llamado “Kilimanjaro 2013” comienza a tomar forma y las horas de esfuerzo se consolidan en un equipo que poco a poco confluye en un solo deseo… llegar a la cumbre de la montaña más alta de África. Ya hemos dejado atrás Paris, Amsterdam y ahora, confinado a este pequeño asiento del avión puedo decir con toda certeza que “mis sueños vuelan muy lejos” y tal vez… muy alto. Una mezcla de horarios, lenguas y gente rodean este ambiente en el que me sumerjo cada vez que comienzo uno de estos proyectos a lejanas tierras. En esta oportunidad he tenido el privilegio de acompañar a Claudia e Yraly, antiguas integrantes de este grupo de viajes con las que ya había compartido caminos en los Himalayas. “Tati” (Sofia Brunicelli), que desde su infancia había estado involucrada en este tipo de salidas conmigo. Por otro lado, también formaban parte de este equipo la familia Aranda, un grupo de cuatro personas que me animaba enormemente ya que, Luís “papá”, había decidido integrar a sus hijos en este hermoso viaje, Luís (Toto) “hijo” de 14 años, Alberto (Beto) y Mery. Finalmente estaba Gabriela, que tal vez, por haberse incorporado tardíamente al grupo, era la que con más emocionalidad manifestaba su intención de llegar a la cima de esta gigantesca montaña que aislada se levanta en el medio de la extensa llanura africana.
“Africafé”, excelente lugar para completar la jornada en Arusha, agobiados por buhoneros, tráfico y polvo. En este rincón de la calle “Buma”, el tiempo se detiene durante algunos minutos escondido tras el exquisito aroma del café tanzanes. Las fotos, que se repiten una tras otra, quieren atesorar el momento que difícilmente se pueda repetir.
Una carretera, que de no ser por el manejo estilo “Inglés”, pudiera parecer a cualquiera de las vías del Oriente venezolano, nos llevó desde el Hotel hasta las inmediaciones del pueblo de Machame, en cuyas proximidades se encuentra la entrada al Parque Nacional “Kilimanjaro”. Allí confluimos una serie de grupo de diferentes nacionalidades que, luego de un simple y rutinario chequeo en las oficinas del parque, comenzamos nuestro ascenso hacia el objetivo del día… el campamento “Machame”.
Una frondosa selva nublada nos iba llevando poco a poco hacia el final del día. Algunos “monos azules” jugaban curiosos ante nuestra presencia, entre las ramas de los árboles.
Poco a poco la densa vegetación fue dando paso a arbustos más pequeños, entre los cuales, y de manera casi repentina, un brillo blanquecino dejó entrever la silueta inequívoca del coloso africano. No había la menor duda, eran… “Las nieves del Kilimanjaro”. Su magna visión nos obligaba a detener la marcha por algunos minutos y así apreciar con mayor claridad la presencia de nuestro objetivo que materializaba de manera contundente uno de nuestros sueños. Esta alegría aumentó al percatarnos que a los pocos minutos aparecieran las carpas ya armadas indicando la llegada a nuestro campamento.
7 Horas de sueño fueron un lujo después de tantos días de trasnochos, sin embargo el día comenzó temprano. El ceremonial de arreglar el equipo para que los porteadores pudieran salir temprano, obligaba a cada integrante a apresurar la salida.
Una subida moderada entre arbustos y una polvareda causada por la sequedad del ambiente contrastaba de manera radical con el día anterior, las horas pasaron sin casi darnos cuenta por la presencia encantadora del Kilimanjaro contrastando con el azul intenso del cielo. Después de unas 5 horas aproximadas se abrió ante nosotros una extensa explanada rocosa, que nos anunciaba el final de la jornada… estábamos en “Shira Camp”, ahora lo único que quedaba era encontrar nuestro campamento entre un amasijo de carpas y finalmente, después de refrescarnos y tomar un buen té caliente, disfrutar el hermoso paisaje que se extendía hacia todos los puntos cardinales, emergiendo de un mar de nubes que cambiaba de colores a medida que avanzaba la tarde.
Subir a “Lava Tower” no representó mayor esfuerzo que el que la altura de 4.500m pudiera exigir y sobre todo sabiendo que había que descender más de 600 metros de desnivel y dormir a tan solo 100 metros de desnivel más que la jornada anterior… a pesar de que esto pudiera parecer un “hándicap” en el ascenso a esta gran montaña, era la mejor manera de lograr una aclimatación apropiada para la dura jornada final que nos llevara a la cumbre. “Lava Tower” es una mole rocosa formada por el flujo de magma desprendido por el Kilimanjaro en antiguas erupciones.
Un valle lleno de “Senecios”, plantas típicas de esta montaña (muy parecidas al “frailejón”) le daba a esta zona del recorrido cierto aspecto semejante a nuestros páramos andinos… habíamos llegado a “Barranco Camp” y la aparición de un antílope cerca del sector dejó en asombro a turistas y nativos. La noche fue dando paso al nuevo día y el 26 de julio amaneció con la entonación de la voz “grave” de uno de los porteadores del “staff” cantando en lengua Zwahili la canción del Kilimanjaro. Lo único que nos obligó a salir de las carpas fue la siempre anhelada agua caliente de la mañana para la higiene personal. Una vez preparados para iniciar la jornada el Kilimanjaro en todo su esplendor, era el marco perfecto para un excelente amanecer, en el que nos esperaba una de las subidas más “divertidas” del recorrido.
El nombre de “Barranco” nunca tuvo tanto sentido, apenas salimos del campamento una “subida”… si es que así pudiera llamársela, nos llevó al campamento “Karanga” donde la carpa comedor nos esperaba con un merecido “lunch” caliente… tanto “consentimiento” no podía ser en vano, ya la altura hacia cada vez más exigente nuestra marcha y el objetivo del día, “Barafu”, aún se encontraba muy lejano. 8 horas después de haber iniciado la marcha.
Un inhóspito lugar lleno de piedras a 4.600m. de altura era la antesala de nuestro ascenso a la cumbre más alta de África, las carpas buscaban lugar entre las rocas para apiñarse y encontrar ubicación privilegiada… en los escasos puestos de acampada que había en “Barafu” el último campamento antes de comenzar nuestra última jornada de ascenso.
10:20pm, 11:15pm… 11:45, y la ansiedad obligaba al desvelo, a hurgar la noche con la esperanza de que las horas pudieran acelerar el paso. Repentinamente una voz se oye en medio de la oscuridad, la misma que ayer nos arrullara en días anteriores, hoy nos obligaba a despertarnos con la frase: “Good morning Baba… Tea is ready”. La hora de despertarse había llegado, la lucha contra lo más profundo de nuestros corazones había comenzado, el miedo, el cansancio, el frío y todas esas emociones que se esconden y esperan el justo momento para manifestarse. Un poco de té caliente mojaba tímidamente nuestros labios, tratando de darle vida a las intenciones por comenzar a caminar hacia el objetivo que meses atrás nos habíamos propuesto. En la noche, solo se podía apreciar un collar de luces que adornaba la tenue silueta del Kilimanjaro, serpenteando lentamente hacia su cumbre. A la derecha “Orión”, como gran guerrero, brillaba en el cielo indicándonos la dura batalla que habíamos comenzado a desplegar en contra del desgano y el frío. Cada paso que dábamos era un paso más que nos acercaba al techo de África… a “Uhuru Peak”.
“Stella Point” podría parecer el final del camino, sin embargo, no era más que un símbolo de que el camino aún no había terminado… nunca termina. En este representativo lugar, “el Coloso” abre su cráter para mostrar su corazón al visitante para darle fuerza en la consecución de su cercano anhelo… la cumbre del “Uhuru”, el lugar en el que África toca el cielo y abre las puertas a todos sus misterios. A las 7:20, cuando ya las fuerzas estaban a punto de abandonar la intención, unos carteles anunciaban con una claridad sorprendente que allí de allí hacia arriba no había más camino, que para los sueños… era la cumbre del Kilimanjaro. Las fotos quisieron atesorar el momento, sin embargo los sentimientos no se fotografían, tal vez una sonrisa era suficiente pero cada sentimiento daba pié a un motivo y este a una emosión.
El regreso era inminente y los pasos comenzaron a regresar hacia la tierra deslizándose uno tras otro al encuentro del largo retorno que nos habíamos fijado para ese día… “Mweka Camp”. Dejar deslizarse por los arenales podría haber resultado placentero si no se hubieran tenido sobre las espaldas más de 10 horas caminando, y todas ellas sobre los 4.500 metros de altura. En “Barafu”, nuestro último campamento, el personal de expedición, nos esperaba para brindarnos un pequeño descanso y algo de comida y poder así continuar nuestra dura jornada en zonas más placenteras, en las que la vegetación misma agradece rebosante el agradable clima de zonas más bajas.
Al día siguiente las horas pasaron lentamente, era el final de nuestra visita a esta noble montaña y la realidad se fijaba en nuestros corazones a través de los recuerdo. Ahora se trataba de comenzar una nueva etapa y de recuperar los “kilos” perdidos, es como si nuestros sueños pesaran mucho y hubieran quedado en las pendientes del Kilimanjaro. Arusha nos esperaba, cansados pero llenos de imágenes y recuerdos que de ahora en adelante llenarían ese espacio anhelado en algún rincón de nuestras vidas. Y así extasiados, los caminos y carreteras de tierra fueron dando paso al tradicional asfalto y la delgada tela de las carpas sustituido por las frías paredes del hotel.
Ahora las pendientes del Kilimanjaro se convertían en sabana y las nieves en rojos atardeceres… el Serengeti nos abría sus puertas, pero esa historia será en otra ocasión.