Siempre me he sentido atraído por ese infinito mundo de horizontes azules, de silencio y frías aguas. Constantemente me pregunto el porqué de esta “pasión”, porqué regresar una y otra vez a este mundo inhóspito en el que a medida que subo las condiciones son más exigentes… menos “Humanas”.
Son ya algunos años en los que una y otra vez he regresado a las montañas que más amo… El Ávila de los caraqueños, los Andes venezolanos, los del Ecuador… los Himalayas. En todos estos lugares, entre sus piedras, entre las plantas que te acarician al recorrer sus caminos. Pareciera que cada vez que visito estos lugares, algo de mí quedara allí para siempre, pareciera que el viento susurrara algo en mis oídos y no terminara de entender lo que me quiere decir.
Afortunadamente la vida me ha permitido regresar cada vez que así lo he considerado y deseado, y poco a poco he ido descubriendo que antes y después de iniciar el ascenso hacia las cumbres, siempre hay un rostro que me sonríe, una mano que me extiende un café, un té o una arepa caliente… siempre he encontrado cobijo cuando lo he necesitado… y cuando no también. He encontrado siempre un aprendizaje en las largas horas de caminata, en el intercambio con todas las personas que caminan a mi lado, los baquianos que me acompañan. Ellos han sido los que le han dado forma a las palabras del viento, los que han traducido el lenguaje de las nubes.
Entre todas estas experiencias, hay una, que tal vez por el gran contenido espiritual de su cultura, ha tenido un especial significado en mi vida… me refiero a Nepal. Este es un país, que por el simple hecho de estar enclavado a los pies de las montañas más altas del mundo, sus habitantes reciben una influencia directa de las mismas, y son las que determinan el devenir de sus pueblos.
Había estado en Nepal, en una efímera e improvisada visita a Kathmandú en el año de 1984, sin embargo, sus montañas, que era lo que verdaderamente me atraía para ese momento, no las visité sino hasta el año de 1991, año en el que una bien planificada expedición, marcó el primer contacto de un equipo venezolano con las Altas Montañas del Himalaya… en Otoño de ese año, logramos la cumbre del Pico Pumori, muy cercano al “Sagarmatha” (Everest), y un mundo lleno de grandes y duraderas experiencias se abrió especialmente para mí. En ese momento, la mejor escusa era la Montaña… el Himalaya. Repetimos en el 93, 94 y así año tras año, acompañados por venezolanos llenos de inquietudes regresábamos a enriquecernos con esas grandes experiencias que nos dejaban estas montañas… y su gente, esa que poco a poco nos fue considerando como parte de su familia, como sus alumnos, como sus compañeros de escalada. Ya no se trataba de hurgar entre las pendientes heladas de sus montañas, ahora había que ir más allá… había que explorar entre las
paginas antiguas de sus libros, entre el sonido de sus mantras y el olor de incienso… había que bajar la cabeza, no solo ante las gigantescas montañas, sino también ante aquellas túnicas naranjas y cabezas rapadas de sus monjes, dueños y únicos poseedores de los secretos de cada una de las deidades que habitaban en la cumbre de tan altas montañas. Fue un acercamiento que año tras año me enseñó a comprender que el único y verdadero significado que podía darle a las montañas era el de su gente, y la cultura que se generaba a su alrededor… la misma que había conocido en Europa, en América y que solo logré entender entre esta amable y especial gente de Nepal.
Cada día intento reforzar lo aprendido, cada año intento regresar para aprender más el significado de las Montañas y entender su llamado, trato de entender el significado que miles de rocas me quieren transmitir, descifrar la mirada de los “Yaks”, entender el continuo Namaste de las gentes en sus caminos… descifrar la magia de los glaciares y el color del cielo entre las nubes.
Nepal es un libro abierto que te enseña muchos de los secretos de la vida, que en estos momentos que vive Venezuela, el Himalaya ha sido un refugio… una escuela de aprendizaje, digna de ser tomada en cuenta como un ejemplo de prosperidad, tolerancia y crecimiento, entendiendo que nada de esto tiene que ver con cuanto dinero se tenga sino con cuanto pueda aportar cada persona desde el lugar donde se encuentra… por su bienestar y el de todos.