Kailash… La montaña interior.
Estar tan lejos fuera de casa puede resultar una eternidad, aunque si se mide en función de las experiencias vividas, puedo concluir que en Tibet el tiempo no se mide por el calendario… se mide por las experiencias, y de esas siempre se traen muchas. Han pasado varios años, en los que el nombre del “Kailash” ha estado resonando en mi mente y con toda mi fuerza siempre he concretado un programa que me permita, con un grupo idóneo, ponerme en contacto directo con un país y una cultura, que a pesar de su valor como sociedad, pudiéramos llamar “En peligro de extinción”… Tibet.
En la frontera del Tibet con Nepal, en cualquier balcón de hotel en “Kodary” (Población fronteriza de Nepal con Tibet) puede ser como una “Atalaya” desde la cual nos podemos
percatar de las vivencia de los días transcurridos en esta remota tierra del mundo. Al dejar el “Puente de la amistad” que divide la vida estos dos países (Nepal y Tibet) en dos trozos movidos por ritmos diferentes, culturas diferentes. Son momentos que marcan definitivamente el cambio entre una vida humilde pero con alegría (Kodary-Nepal) y la otra (Zangmu-Tibet) opulenta pero oprimida y triste. Para mi, entrar y salir de Tibet (Hoy invadido por China), es una experiencia en la que queda de manifiesto la opresión de un estado “totalitario” sobre sus países vecinos. Restricciones en los medios de comunicación, Internet, literatura, en la que la menor presencia del Dalai Lama implica el decomiso o la destrucción. Pasar unas horas en la frontera, y superar el “tapón humano” en las oficinas de migración chinas bajo el más absurdo proceso de corrupción… pueden representar unos 30 minutos de derechos ajenos “violados” para nada, para luego pasar horas en un balcón de un “Guest House” oyendo indiferente el cornetéo, al caos… siempre se resolverá, siempre se ha resuelto, cada mañana durante horas lo imposible se hace posible en el pueblo de “Kodary”.
El Kailash, para mi es la materialización de un sueño. Se trataba de visitar un lugar que más allá de este mundo, nos transporta hacia otra dimensión, una montaña que no significa nada si se veía por fuera, es una montaña que hay que visitarla desde nuestro interior. Creo que esto no es muy difícil, desde el momento en que se entra a Tibet, la realidad de una China que trata de modificar a pasos agigantados, no solo la cultura sino también el ambiente de una tierra que durante muchos años se ha negado a sucumbir a esta barbarie, obliga a encerrarme en nuestro propio mundo y tratar de hacer caso omiso a una serie de hechos que se van desarrollando día tras día confirmando lo que ya todos hemos escuchado sobre este país de montañas profundas a través de las cuales se llegaba a otra dimensión. Hoy por hoy creo que esas puertas se van achicando, el Gobierno Chino creo que está poco interesado en mundos que vayan más allá de intereses económicos y el poder político que representa el anexarse un territorio que además de sus privilegios fronterizos es la principal fuente de agua y algunas riquezas minerales de China.
Pero la realidad va más allá, la riqueza de Tibet radica en que su cultura tiene mucho que enseñar a la sociedad actual, enseñarnos como el trabajo justo es la base de un mundo interior rico y proclive en el que cada día el esfuerzo personal es la base de la “supervivencia”… porque Tibet está sobreviviendo. Percatarse de esto no es muy complicado después de atravesar más de 800 km. por tierra y poder compartir con esos rincones escondidos en los que los años hablaban por si solos de una tierra desvastada a punta de violencia y destrucción. En cada rincón ruinas de lo que había sido una cultura ancestral adaptada a uno de los lugares más difíciles del mundo en los que, un gran desierto a más de 4.500 metros de altura alberga a una de las poblaciones más fuertes y pacificas que nos podamos imaginar. Nómadas que con sus hábitos ancestrales han podido convivir con la paz de estas montañas y la violencia
del invasor, manteniendo a pesar de todo su orgullo, su identidad y sobre todo su cultura, esa misma que permite convertir algunos lugares terrenos en “sucursales” del mundo espiritual, como en este caso es el “Monte Kailash” y el “Lago Manasarovar”, donde nos podemos percatar de que, en efecto, más allá de esa realidad cruda y violenta, como lo es la invasión China a este país, el pueblo sigue profundizando sus creencias y visitando a sus Dioses tal como lo hacían hace cientos de miles de años. Girar alrededor (Hacer la “Kora” o “Parikrama”) de esta hermosa montaña “El Kailash” es como sumergirse en una dimensión en la que desaparece la violencia y en la que el tema de las diferencias culturales o religiosas dan paso a otra dimensión, la dimensión de “La Fe”. Esa misma fe que nos mantiene a todos pensando en que las cosas van a cambiar… tienen que cambiar. Esa misma fe que nos obliga a seguir adelante escalando nuestra… MONTAÑA INTERIOR.